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miércoles, 4 de febrero de 2015

¿Qué desigualdad le conviene al Capitalismo? La lucha metafísica.


Hará dos o tres semanas. Vi un poco del programa de José Pablo Feinmann, en el que habla de filosofía política… Decía que nuestros países de Suramérica tenían que tener algo así como conciencia del clase, saber que son los países pobres. Por esto, tenían que estar en conflicto con los países ricos; por eso, no debían dejar engañarse por el FMI o entidades por el estilo. Lo que ellos nos propusiesen a sus habitantes, siempre sería para su beneficio y nuestro perjuicio. Pido disculpas al señor Feinmann por lo que pueda distorsionar lo que dijo, porque en todo caso es con la mejor intención; porque en general, en lo más básico, pienso como él. Creo que estoy de acuerdo con él por más que, desde mi adolescencia, algunas cosas me hicieron ruido en relación a posturas de este género. La idea contraria pondría el énfasis en lo siguiente: si un país rico quiere sacar el mejor partido de un país pobre, no le conviene que... sea pobre…; se entiende: no le conviene que su pobreza sea mayor de cierto grado, porque un país de clase media, digamos, le podría ser más útil a un país rico; éste lo podría explotar mejor, porque un país de clase media siempre será más eficiente y productivo, y por tanto más rentable. Huelga ahondar. Por esto, parecería que al país rico lo que verdaderamente le conviene es mantener la diferencia con el país dominado: la colonia económica debe ser, digamos, tres escalones inferior en el plano económico que la metrópoli económica...
Esto haría posible que a la metrópoli le conviniese que la colonia fuese incluso de clase media alta, como decimos por aquí; para esto, la metrópoli económica debería ser Súper-Rica. Con todo, en el mundo hay condiciones de desigualdad que sobrepasan toda racionalidad económica intrínseca al sistema capitalista. Yo diría que salvo por una situación de estrategia de guerra, a ninguna metrópoli le convendría un país en el que prime la desnutrición infantil. Hablaríamos aquí de una guerra de inteligencia, a la manera de la guerra fría. La desigualdad absoluta y anti-económica se toleraría en este caso para ganar terreno geopolítico, una vez conseguido el cual se permitiría el ascenso económico hasta el nivel que le es útil al Imperio. Por lo demás, es obvio que en todo esto está implícita la tesis verosímil según la cual las riquezas naturales del mundo todavía bastan para que nadie deba morirse de hambre, o incluso, me atrevería a aventurar, para que la nación más pobre del mundo fuese una del nivel económico actual de… la Argentina, pongamos por caso.
En lo que estoy enteramente de acuerdo con el señor Feinmann es en la noción de lucha. Inevitablemente, los indigentes, pobres o menos ricos estarán en conflicto con los de clase media, los ricos y los Mega-Magnates desde el punto de vista económico. La idea de B. Russell de sustituir la competencia por la cooperación me parece, hoy en día, utópica. Sólo se coopera al interior de un grupo o clase, y aún en ese caso hay competencia interna, y muy fuerte cuando hay dinero y poder en juego. Para mí, en última instancia, la lucha es el estado de naturaleza, pero no sólo del Hombre a lo Hobbes, sino del Mundo mismo a la manera del metafísico. La realidad es el resultado de un equilibrio de fuerzas, y éstas a veces pujan entre sí con violencia titánica. Y esto es la Guerra.

martes, 27 de enero de 2015

Impresiones sobre la gorda Carrió

Veía un resumen sobre Carrió, y es asombroso, y la gorda es asombrosa, es quizá lo más asombroso de la política. No, no es así, pero que valga ahora. La gorda es increíblemente cursi. Yo soy sensible a esas cosas. Es una gorda tan melodramática, y grotesca pese a sus aspiraciones intelectuales. La duda con Carrió es si es hija de puta o estúpida, pese a considerarse el metro patrón de la moral y la suma de la inteligencia política. Es curioso esto. La hijoputez de la gorda se nota en sus contradicciones absolutas, pero, puesto que todos los políticos se van acomodando a su tiempo, se manifiesta sobre todo en lo inmediato de sus contradicciones, como cuando dejó UNEN, porque la gorda se contradice a renglón seguido. Aparte... cómo vira los ojos a cada rato en sus soliloquios ante los de TN; virajes de ojos con aspaviento solemne, como si la gorda realmente supiese de algo, la posta, o no..., no es esta la descripción exacta. Vira los ojos como si poseyese el secreto absoluto del universo, y, sin mover la cabeza, debiese asegurarse de que todo el anfiteatro de su auditorio esté bien atento a sus Revelaciones. Revelaciones duras como la verdad, y dichas con la severidad de una profetiza, pero resentida por su cuestión de peso. En suma, es una cursilería total. La gorda habla como profunda, como certera, con juicios categóricos; la gorda actúa como para una novela venezolana (se parece a Alfredo Casero haciendo de mujer extranjera y grasa en Cha Cha Cha). No pretendo ahora hallar la verdad sobre Carrió, pero me inclino porque es una hija de puta y una estúpida en partes iguales, no mucho más que la mayoría de los que están ahí transando en política, pero mucho más ridícula, almibarada y desvergonzada; es una gorda con grasitud disfrazada de refinamiento. Y por eso está ahí en horario central, haciendo discursos como los de una vedette de los programas sobre la farándula "artística".

miércoles, 30 de enero de 2013

Es tan fácil





1. Una vez, cuando yo era adolescente...
1. Una vez, cuando yo era adolescente...
Una vez, cuando yo era adolescente, agarré un libro de Hegel, lo abrí por el medio y leí: “El principio es el pensamiento”. Cerré el libro enseguida, delirando de fascinación. Luego olvidé la sentencia durante un cuarto de siglo.
Todavía conservo el libro. Es un ejemplar de mi primera colección: Los Grandes Pensadores. Se titula: Introducción a la historia de la filosofía. No es en realidad un libro escrito por Hegel, sino una reconstrucción póstuma de sus clases en la universidad. Yo no había tenido ningún contacto con los libros hasta esos días. Después, siempre los miré medio de lejos, pero nunca dejé de leer algo. La tapa del libro de Hegel es marrón, con letras y filetes dorados. Casi seguro, la frase que leí al voleo no fue exactamente aquella. Tal vez haya sido: “Lo primero es el pensamiento”; en cualquier caso, recuerdo algo así. Hasta hoy, si bien lo hojeé más de una vez, nunca leí ese libro. Con razón o sin ella, Schopenhauer y otros me enseñaron a difamar a Hegel (pero los pocos párrafos que leí de éste también ayudaron). Sin embargo ahora —desde hace tiempo, en realidad—, me gustaría leerlo, aunque pueda sufrirlo un poquitín, como leí Ulises, aunque lo sufrí. Porque voy madurando, y me queda bien. Voy hacia mi fin y, en una parte del horizonte, veo mis orígenes (refrendo a Eliot por vez n-ésima). Recupero lo bueno de aquello con lo que crecí, e incorporo elementos que, para aquel muchacho que fui, hubiesen resultado inaceptables. Los círculos y las hipérbolas son secciones cónicas.
2. Hegel
2. Hegel
Una vez, durante los años en que me transfiguraba, me derrumbé sobre un sillón metálico, casi exánime. Tan sólo moverme me representaba un esfuerzo. Entonces me hundí en mis pensamientos. Me dejé llevar. El camino era sinuoso, delimitado por ansiedades. Era un asfalto de sosiegos, con arcenes de pequeñas contrariedades. En ciertos tramos, tenía guardarraíles que me separaban de las grandes preocupaciones —cristalizadas, anquilosadas—. Cada tanto, encontraba mojones kilométricos que me ubicaban en el mapa de mis problemas —vitales, capitales—. El camino te lleva. Fue una de mis primeras experiencias. Mi decaimiento físico cedió una media hora después de haberme sumergido. El pensamiento lo había logrado. “Si no tenés ganas de hacer nada —sentencié más tarde—, tenés necesidad de pensar.” No obstante, éste era un pensamiento mucho más exploratorio que resolutivo.
Es tan fácil. Todo el tiempo, se diría. Sólo tenés que pararte a pensar. Pero lo normal no es esto. Lo normal es una más bruta dinámica de la vida, sin mediaciones reflexivas. Uno parece siempre llevado por las circunstancias, como una corriente por una tubería. A veces con flujo laminar, otras con flujo turbulento, pero siempre lanzado por las tuberías. Creo que desde el principio le di a la frase de Hegel un sentido práctico, seguro que totalmente distinto al que le habría dado el filósofo. Siempre quise saber cómo alcanzar la felicidad. Hacia la felicidad siempre apuntaron todas mis reflexiones prácticas. Pero me rehúso a entrar en esto aquí, pese a que precisamente de esto se trata. En fin, que es tan fácil. Por ejemplo: En lo inmediato hay un oscuro panorama; entonces vos tratas de escapar. La negación parece la única alternativa. Pero mirá, he aquí que te parás y lo pensás. No hacés nada, pero tampoco te evadís. Simplemente, te quedás quietecito ahí… O bueno, hacé tiempo. Boludeá un poco, mirá el reloj, suspirá. Mirá el reloj. Date unas vueltas por el lugar. Son formas de no hacer nada (salvo lo del reloj), para pensar. Primero, pone tu mente ociosa; luego, pensá en tu preocupación inmediata, lo más específica posible. Proyectá… ¡Ay!, me pongo edificante.
3. Darín, mirando un poco hacia abajo...
3. Darín, mirando un poco hacia abajo...
Como Hegel, Ricardo Darín me enseñó algo una vez (eso fue antes de que cuestionara a mi amada presidenta —a propósito: me defino como un “kirchnerista erótico”, por lo menos—, lo cual no tiene nada que ver, pero lo digo para aportar una nota de color). Fue en la película “El Aura”. Ahí Darín hacía de un tipo que pensaba bastante. Pensaba en el sentido práctico del término, que es el que importa aquí. Pensar para actuar (realmente), conformando voliciones. El personaje de Darín, hasta donde recuerdo, podía pensar aun en situaciones de máxima tensión. No era de la pesada (aunque fantaseaba con ser ladrón), ni un tipo duro, pero sabía estarse tranquilo, y pensaba. Casi calculaba. En mi recuerdo aparece con aire taciturno, mirando un poco hacia abajo con ojos ausentes, reflexionando. Si no me equivoco, ese aire pensativo acompañó a Darín en varios de sus papeles. En fin, que me gustaba como actuaba. Igual, al diablo con Darín: Tenés un problema práctico, digamos que uno pequeño, quizá cotidiano. Entonces, tal vez tiendas a fluir por las cañerías, hasta la alcantarilla y más allá. En ese caso, no obstante, si te parás a pensar un poco, podés llegar a darte cuenta de que el problema es fácil de resolver. Es tan fácil. Por lo menos si tenés un poco de cabeza, lo cual es el caso de la mayoría de la gente. Y sin embargo, hay sujetos que son capaces de solucionar problemas teóricos extremadamente complejos, pero que en su vida práctica obran como idiotas. En eso fui un maestro. Ahora no, porque estoy mejor. Incluso estoy por mejorar hasta la categoría de “aprendiz de idiota”. No ser más tonto que eso ya es un logro enorme.
Sé que me muevo por el borde del infinito. La filosofía es el infinito. Pero me ando con cuidado para no caer en el abismo. Sólo te digo lo que te dijeron todos: tomate una pausa. La famosa pausa. Como la del Vasco Olarticoechea. Tenés un problema, grande o chico, y te parás a buscar la solución. Es increíble lo trivial que suena esto… Pero no voy a ponerme a la defensiva. No voy a entrar en el tema de la autoayuda, los chantas y la espiritualidad berreta. Con todo, quiero decir que debajo de las trivialidades nadan cardúmenes de verdadera información. La idea es practicar la pesca de lo no trivial, es decir, de las palabras que realmente nos digan algo.
4. También tiene buenos músculos, ¿no?
4. También tiene buenos músculos, ¿no?
No siempre tenés que pensar en lo que te preocupa. Si por haber considerado demasiado un problema de modo pusilánime, ya estás trastornado, dejalo para cuando vuelvas a estar tranquilo —i.e., hayas recuperado el control, se te haya ido la obsesión, se hayan drenado los miedos arbitrarios—. De última, hacé cualquier mierda adictiva o sensual que te saque de ese estado, que te ponga la mente en otro lado. Mirá boludeces en la tele, por ejemplo.
Esos tipos que se pasan la vida pensando en sus problemas sin basarse en las experiencias correspondientes son todos putos. Son como los físicos entre Aristóteles y Galileo. Son más putos que los que jugaban Barcelona contra Barcelona en el PES 2012. Pensar de ese modo está bien en matemática, en parte en metafísica, pero de ningún modo está bien en la vida práctica. Esos pensamientos son puras confusiones mentales. En una palabra, son cosa de gallinitas. Además, esos tipos muy inteligentes que se ahogan en un vaso de agua son todos unos psicóticos, sin conexión alguna con la realidad. Los vuelteros enfermizos consideran que, a diferencia de los suyos, los problemas de los otros son fáciles de resolver. Pero luego vienen los otros y los hacen recapacitar, hasta que todos juntos deducen que la dificultad es omnipresente. Tienen la mirada turbia; los ojos vidriosos, inyectados de sangre. Se les cae un chorro de saliva por un costado de la boca. Luego, alzando sus vasos de granadina o tamarindo, brindan por la dificultad insuperable de todos los problemas. Es tan fácil. Pero claro, el tema es que a los problemas de los otros los ven desde fuera, mientras que a los suyos los ven desde dentro. Sin embargo, la verdadera dificultad radica en que ven sus propios problemas en condiciones anormales de presión y temperatura. Es que el miedo es una lente totalmente deformada, y para peor con muchos aumentos y aberraciones. Todo el mundo lo sabe.
5. Mirando con ojos ausentes, reflexionando
5. Mirando con ojos ausentes, reflexionando
Por lo menos cuando es injustificado —es decir, cuando no hay un león ahí que quiere comernos—, el miedo cede con el paso de los minutos. La ansiedad tiene su curva natural de disminución, pero, desde la perspectiva de la voluntad, lo único que hay que hacer para disipar el miedo es no alimentarlo con pensamientos pusilánimes (de pajero). Y otra cosa: Cuando llegamos a un plan, el desgano se convierte en ganas. Y otra cosa más: A la experiencia “espontánea” que acumulamos en la vida, habría que sumarle experimentos rigurosamente controlados. Luego habría que analizar amplias zonas de la experiencia total para conocer mejor nuestras regularidades. Etcétera. Habría muchas cosas más que decir… Pero el hecho crucial parece ser que uno podría conocer todas estas cosas de manera teórica y, no obstante, seguir fluyendo por las cañerías, hasta el pozo negro. Así que tranquilo. Pará la máquina y quedate quieto por un rato. Si es necesario, da un primer paso errático para que se te despeje la cabeza. Respirá (¿por qué no?). Sentate, rascate la cabeza, mirá al techo. Hacete sonar el cuello, inflá el pecho, espirá. Dejá caer los hombros. En serio: no hagas nada por un rato y examiná la situación. Tenés que adquirír el hábito de actuar con inteligencia. Tenés una larga vida de experiencias en la cual basarte, y a la cual nunca le sacaste bastante partido. Si vieras tus problemas desde fuera, te cagarías de risa. Pues bien, lo más parecido a eso es pensar cuando te hayas serenado…
Igual lamento no haberte sido de ayuda. Todo esto vos ya lo sabías. Pero encarná el verbo, ¿eh?

sábado, 17 de noviembre de 2012

Ejecución rusa




1. La zarigüeya Didelphis albiventris
1. La zarigüeya Didelphis albiventris
Dale, no jodas, no des vueltas. Un escrito corto implica que no pienses casi nada. Sólo elegí el tema, porque si no las palabras se multiplican y vas muerto. Aprendiste muchas cosas en el último tiempo. Adelante. Sí, sí, en efecto, la entrada sobre tu abuela. Vos eras un chiquillo de unos diez años, tal vez menos. Estabas en la quinta de verduras, cerca de la antigua casa de los peones. En frente estaba el amplio gallinero. Entraste con tu abuela… Pero alto, porque al bicho ya lo habías visto antes. Primero hablemos de eso. Creés que había sido al poco de levantarte. Por ese tiempo te levantabas temprano, como un chico normal. Se ve que sabías lo de la trampa desde el día anterior. Probablemente, cuando te levantaste tu madre te dijo que había funcionado. Entonces fuiste solo al gallinero. Te acercaste con sigilo, cauteloso por el miedo. Más acechando con “c” que asechando con “s”. Interrupción. ¿No debería escribir sobre otra cosa? ¿Algún tema filosófico, tal vez? Porque hace tiempo que quiero deslumbrar al mundo con mis reflexiones sobre el presente, verbigracia. No. Callate. Volvé a tu niñez en el campo. Te acercaste al gallinero y, en su interior, viste al animal. Se había sospechado que era una comadreja. Pensaste que lo era. Luego todos por allí declararon que lo era. Sin embargo hoy, después de decenios, no estás seguro. Tendrías que googlearlo. Pero no lo hagas ahora, sino durante la corrección de este texto. No ahora, no pierdas el hilo. ¡Modérese, Herr…!
2. El bicho
2. El bicho
Salto al futuro (corrección). Prolongada investigación en Internet. Breves datos transcriptos. Probablemente se trataba de una zarigüeya, de la especie Didelphis albiventris, la mal llamada “comadreja” —y calificada de “overa”, “mora”, “picaza”, etcétera— en Argentina. Viendo las fotos, el animal coincide muy bien con el recuerdo. La zarigüeya es un marsupial, como los canguros, mientras que la comadreja es un mustélido. La zarigüeya es omnívora, como el hombre, mientras que la comadreja es carnívora. En cierto sentido, la zarigüeya es una de las especies más antiguas del planeta. Se sustituye “comadreja” por “zarigüeya” en lo que resta. Gran compasión por las crueldad con que se mata a estos animales. —Ver aquí informe de la ADAY (México).— El caso aquí referido es sólo uno más (pero la pluma es diferente). Dados los miles de millones que somos, una parte de nosotros es un absoluto estereotipo. Mínima “complejidad efectiva”, en términos de Murray Gell-Mann. Se nos determina con dos o tres líneas, tan sólo algunos ceros y unos en la memoria de una computadora. Una parte de nosotros. Salto al pasado (primer borrador).
El bicho estaba ahí, en silencio. Pese a la funesta situación en la que se encontraba, parecía moverse con tranquilidad; incluso con gracia, se diría, casi con encanto. Lo viste a la distancia, a través de la malla del alambrado. Estaba hacia el fondo del gallinero, al lado de un árbol interno. Ni se te ocurrió entrar para acercártele. Pero ya desde lejos sentiste compasión por él. Era el bicho que se había comido varias gallinas, pero estaba allí, indefenso. Recordás cómo tu abuela había enarbolado una pata de gallina, el resto intacto de un banquete de la zarigüeya; recordás cómo la había blandido en el aire, amenazadoramente. La trampa había agarrado al bicho por la cola. Una trampa sin dientes, herrumbrosa, no muy grande. Acaso una trampa para animales del tamaño de las zarigüeyas. La cola de la zarigüeya casi no tiene pelo (por eso, supongo, en Venezuela le dicen “rabipelado”). Pobre animal. No tuvo la suerte de morir enseguida, digamos que por acción de la misma trampa. Sin embargo, dado la gran resistencia de estos animales, es dudoso que una trampa como aquélla la hubiese matado. No tuvo suerte. Interrupción. No sé si una entrada sobre el presente quedaría bien a esta altura de la actual serie de textos. Tendría una complejidad filosófica que me preocuparía bastante, por su disonancia. Ya en el ensayo sobre el paralítico tal vez hayan disonado algunos fragmentos filosóficos. Igual no estoy seguro de mi postura sobre las disonancias aquí. Disonancias derivadas de la abstracción y los tecnicismos. Pero hay otra cosa que ahora me preocupa más: es que no revisé la variación temática de la serie y no sé si una entrada sobre el presente quedaría bien ubicada en este punto. Porque realmente me gustaría que la serie llegase a estar compensada temáticamente en aras de un eclecticismo que sin embargo no está completamente delineado. No te preocupes por eso ahora. Después lo mirás. En la próxima te fijás sobre qué tema quedaría bien la próxima entrada. Ahora volvé a tu infancia.
3. La “verdadera” comadreja
3. La verdadera comadreja
Entonces era la mañana y estabas solo. Te quedaste mirando a la zarigüeya a través del alambrado. Estaba acostada; te daba la espalda. Parecía lamerse, a veces mordisquearse. Cada tanto se levantaba y, en la medida en que su cola apresada se lo permitía, giraba un poco para colocarse en una postura más cómoda. Tenés la impresión de que hacía frío. La zarigüeya tenía el pelaje largo y parado, un poco hirsuto. Te hace acordar a Chicho cuando está acostado papando moscas. Chicho es tu perro más viejo. Le dicen Chicho, pero se llama Alien. Chicho lanza fulmíneos ataques a las moscas; somete a las hormigas a tremendos exámenes; mordisquea en éxtasis sus pulgas; hinca su colmillo en alguna garrapata inflada de sangre. Chicho también se levanta a veces, gira sobre sí mismo y se vuelve a acostar. Ambas imágenes, la de la zarigüeya y la de Chicho, distan más de treinta años. La zarigüeya no chillaba. No sabés si su cola apresada la hacía sufrir mucho, pero si lo hacía no se notaba, salvo quizá por su búsqueda de nuevas posturas. Creés que hacía frío. Tal vez porque su pelaje estaba largo y parado. No, la zarigüeya no se encontraba bien en ninguna postura. No era para menos, porque tenía la cola apresada. Te parece que la trampa le había agarrado la punta de la cola, pero, aunque así fuera, no sabés si por eso habría sufrido menos. Igual ahora te parece que sufría. En silencio, eso sí. No chillaba; ni siquiera gemía. Parecía resignada. O no sabía lo que le esperaba. No podía comprender lo que le estaba sucediendo, por qué tenía esos hierros apresándole la cola. Interrupción (casi sin aliento). Debo encontrar un lugar para mis escritos filosóficos. Tal vez un blog aparte. Seguro que esos escritos, esas “investigaciones”, no me demandarán tanta corrección literaria. No van a ser textos sencillos, pero serán grandiosos. Sí, ya sé. Querés enseñarle a esa gente lo que es filosofar a lo grande. Pensás que desde Leibniz nadie volvió a filosofar a lo grande. Alguien podría mencionar a Hegel como una excepción, pero vos de Hegel no sabés una goma. Sólo sabés lo que te contaron. No importa.
4. Comadreja menor (Mustela nivalis)
4. Comadreja menor (Mustela nivalis)
Volviste al gallinero más tarde, pero esta vez con tu abuela. Ella venía de cortar verdura, seguramente lechuga o acelga. Tu abuela era eslava. Era bajita y maciza. De ella heredaste tus piernas poderosas. Usaba pantalones como los de un hobbit. Era brava, la rusa. Entraron en el gallinero. Tu abuela se acomodó el pelo rubio y lacio; lo llevaba corto y peinado hacia el costado y hacia atrás. Miraba al bicho. Vos mirabas alternadamente al bicho y a tu abuela. Tu abuela era fuerte, un poco gorda. Mirabas sus ojos del color de un cielo de verano sobre la nieve. Celestes, con asomos de frío azul. Su mirada iba encendiéndose mientras se acercaba a la zarigüeya. Sus ojos se cargaban de furia homicida. Helena Romanowicz. La querías. Interrupción: ¿Qué haré con la física? Estudiala. ¿Qué haré con mi novela filosófica? Por lo pronto, corregila hasta el final. ¿Podré entregarme a mi obra como Schopenhauer, en el mar de la indiferencia, ignorado y despreciado por los cerebros vulgares? En el peor de los casos, chico, en el peor de los casos. ¿Es mi música demasiado buena para los vieneses? No se trata tanto de cuán buena sea, sino de si se ejecuta o no en la corte del rey. ¿Qué haré con mis investigaciones eudemonológicas? Como en el principio, encontraste un lugar para ellas en tu diario. ¿Y con mi Sistema, y con mi metafilosofía? Terminalo todo. ¿Se dividirá la especie entre seres hermosos y estúpidos, por un lado, y monstruos subterráneos y caníbales por el otro? Volvé a tu infancia. Tu abuela agarró un palo. Mi abuela. Todavía parecía tranquila, como un experimentado verdugo. La zarigüeya se levantó cuando llegamos hasta ella. Se volvió hacia nosotros y miró a mi abuela. No es probable, pero me figuro que en su mirada había un pedido de clemencia. Mi abuela empezó a pegarle con todas sus fuerzas, y a cada golpe su cólera se expresaba más. “Vos querías mis gallinas, ¿eh?”, le decía al animal. Yo, inmóvil, miraba la ejecución. Una sorda compasión me embargaba, acallada por la impresión y el abismo. A cada golpe, me compadecí, pero era como si aquello debiera ocurrir. No puedo entenderlo. Su cabeza estaba ensangrentada. “Yo te voy a dar mi gallina”, le decía mi abuela, y le pegaba más. La molía a palos. “Yo te voy a dar gallinas a vos.” Mi abuela mostraba los dientes. Tenía postizos, pero algunos eran de ella. Acaso los colmillos amarillentos. Tomaba mucha leche. Le gustaba el queso y el cerdo. Como en su Rusia natal bajo la nieve.
La zarigüeya tuvo convulsiones antes de morir. Era aterrador, algo increíblemente horrendo. Estiraba el cuello, como queriendo alejar la cabeza de la zona de los impactos. Pero igual mi abuela le rompió la cabeza. La zarigüeya murió, pero mi abuela le siguió pegando después de eso. El bicho seguía moviéndose, es cierto, pero sólo por la fuerza de los golpes sobre su cuerpo. La furia de mi abuela parecía exigir una satisfacción adicional. Yo no hice ningún sonido en ningún momento. Cuando todo terminó, me fui en silencio. Mi abuela no era lo que se dice una mala persona, sino más bien todo lo contrario. Quería a los suyos, hasta el final. Tenía carácter, era fuerte. No le fueras a tocar a los suyos. Ni siquiera a sus gallinas: sólo ella podía matarlas, cortándoles el cuello. Y no era lo que se dice una mala persona, sino todo lo contrario. Podía ser la mar de dulce con sus dos nietos. Recuerdo que una vez me dijo: Yo no tengo miedo, yo no hago mal a nadie, pero si me tocan a mi familia yo voy a luchar hasta la “morte”. Mi abuela nunca aprendió bien el español. Decía “levórver”, por ejemplo, en vez de “revólver”. Era una mujer guapa y graciosa. Era graciosa en el mejor sentido del término. Y era una mujer a la que le gustaba la alegría.
5. La pobre “comadreja overa”
5. La pobre comadreja overa
Tópicos o trivialidades: El gregarismo y la guerra están en nuestra naturaleza. Cuidamos de los nuestros y nos defendemos sin piedad de los invasores. Somos afables con nuestras crías y aterradores con nuestras presas. Domina el más fuerte. El poder de los pobres radica en su número frente a los ricos. Como todo el mundo sabe, el capitalismo es la versión cultural de la ley de la selva. Y la guerra verbal no tiene nada de pacífico, o no más que el boxeo. Tal vez todo esto sea superado alguna vez, pero sólo con el paso de los eones. Hay santos, pero son pocos. También hay personas realmente diabólicas, pero por suerte también son pocas. Quizá alguna vez nos preocupemos por el bien de todos los seres vivos de nuestro alrededor. Pero el problema es que, por más grande e inclusivo que sea nuestro grupo, siempre habrá un extranjero, un bárbaro. Esto es verdad a nivel cósmico. Cuando el último extraño sea comprendido, el tiempo se detendrá.





martes, 16 de octubre de 2012

Peinar una línea




1 lectura
Lectura y frula (I)
2 frulaPara mí leer es como peinar una línea. No leí a Martin Amis. Parece que algunos sujetos trabajan mientras toman cocaína. Aspiran, trabajan, aspiran, alternadamente. Peinar y aspirar cocaína, se diría, les da un estímulo para seguir adelante. No sé muy bien por qué lo comparo con lo mío. Por los vicios de la noche me levanto a la tarde. Entonces todas las actividades prácticas me parecen mucho más allá de mis posibilidades. No es que me sienta incapacitado para hacerlas, sino que experimento tal aversión hacia ellas que, al mirarlas en perspectiva, me parecen un tormento. Entonces necesito leer. A veces estudiar, o escribir, pero leer es lo que más funciona. Cuando me levanto estoy perdido y voy en mi busca. Creo que esto es una consecuencia de los malos hábitos. En fin, que agarro el libro y empiezo a pasar las líneas. Las aspiro como oxígeno para mi cerebro. Tengo a todos prohibido que me vengan con problemas cuando me levanto, porque en ese momento los problemas me atormentan y encolerizan. En todo caso, sólo permito que me anuncien problemas graves e impostergables: accidentes, crisis, desgracias. En casos así, sólo me queda padecer los problemas, pero en forma multiplicada. De todas maneras, trato de tomarme todo el tiempo posible antes de enfrentarlos. Si un sujeto está muerto de hambre, como quien dice en piel y hueso, incluso levantar su brazo puede costarle un esfuerzo. Hay gente que se muere de hambre. También hay gente que se muere por un vacío del alma. Junto a otras cosas, leer es para mí el mentado alimento espiritual. Pábulo del alma. Aprendí la palabra “pábulo” cuando leí La misión teatral de Wilhelm Meister.
3 lectura
Lectura y frula (II)
4 frulaCuanta gente se habrá matado por no haber descubierto que lo suyo era lo intelectual, o por ni siquiera haberse enterado de que existían los bienes del intelecto. Tenés que probar el espíritu para ver si te gusta, pero no es fácil de probar. En esto se parece al whisky. El tema del pábulo espiritual ha sido y todavía es una de las grandes cuestiones de mi vida. Si no estoy espiritualmente engrandecido, me dije siempre, no puedo ocuparme de cuestiones prácticas. Pero aclaro que para mí engrandecerme espiritualmente es hacer algo intelectual, y no ponerme en alguna postura de chino. En este sentido, leer es lo más eficiente. Es ir a lo seguro. Estudiar, escribir o incluso pensar: todo eso es más incierto, y menos contemplativo… En suma, que me levanto mal y, como discapacitado, repto hasta mi escritorio. Antes me vestí, me lavé y me peiné; tomé psicotrópicos, mate y café instantáneo. Más café que mate, pero antes era distinto. A veces postergo los remedios, sin embargo, e incluso el desayuno hasta después de haber leído los primeros párrafos. Actualmente leo un volumen de, y sobre, Leibniz. De cabo a rabo y exclusivamente, y esto es muy importante: un mundo, la piedra filosofal, lo que cambió mi vida, pero no viene al caso. La cocaína es blanca como el papel. Las palabras son líneas de signos negros. Tras leer los primeros párrafos ya me siento mejor. Entonces respiro hondo y hago el primer examen de la situación, del día que empieza. Luego leo más, luego paro, luego vuelvo a examinar la situación. A veces repito el proceso varias veces. Y así las tareas prácticas, las responsabilidades, lo cotidiano, lo natural, lo doméstico, lo normal, lo prosaico, todo eso empieza a parecerme cada vez más posible. Y sigo así hasta que ya me parece algo, como decirlo…, a la mano.
5 lectura
Lectura y frula (III)
6 frulaLos hiperobesos mórbidos muchas veces mueren jóvenes. Los sabios verdaderos muchas veces llegan a viejos. Peinar una línea, leer. ¿Serán los cocainómanos lectores reprimidos? Parece que, cuando son muy adictos, aspirar cocaína les da estímulo para seguir adelante. Pero por ahí nada que ver. En cualquier caso, a mí la lectura sí me da ese estímulo. No leo mucho, no obstante, y yo me lo pierdo. Espero leer cada vez más. Si me voy al cielo, espero que se pueda leer allí. Y si no, por lo menos seguiré leyendo en cada hora en la que leí. Yo sé que las siguientes expresiones suenan vulgares y afectadas: Lo necesito para vivir, Me llena, Es como el aire que respiro… Frases hechas. Todo tan trillado, tan abyecto. Un sujeto declara el lugar común para darse más talla de la que tiene. Pobre chabón; pobre mina. Inconscientes. Si se vieran como algunos los ven, se morirían de vergüenza. Se darían asco. La inconsciencia nos protege del dolor. La felicidad permitida por la ignorancia, y eso. Retomo: No sólo me pasa al despertar. A veces necesito aspirar palabras a la tarde, a veces de noche. Retrocedo: Los que se dan aires a veces despiertan un amor candoroso. Un niño pequeño, una chica medio tonta, un anciano que narra las proezas de su juventud. Pero hay sujetos que haciendo lo mismo provocan náuseas. No importa. A veces me doy sobredosis de televisión. Termino destruido. Repto al fin hasta mi escritorio, o hasta la cama, y leo. En cierto modo, leo meticulosamente, pero sin detenerme. Pronuncio bien las frases en mi cabeza y no paro hasta, paradójicamente, recobrar el aliento. Entonces me voy transformando en un hombre nuevo. Empiezo a sentirme tan contento. Se disiparon las nubes de nervios; se licuaron los coágulos neuróticos. Me desperté de una pesadilla de gusanos grises y hierros helados. ‘Pestilencia de estanque entre lo yerto’, escribió un amigo. Pero ya pasó. Ahora puedo ser un hombre normal. Hacer las actividades prácticas que me impone la vida. Realizar un trámite, cambiar una cerradura. Bañarme, ataviarme. Convertirme en caballero para las damas y en amigo para los hombres.
Porque aspiré el viento de los dioses. Porque toqué la solidez de las palabras talladas sobre la página. Porque me comuniqué con los que pensaron, explicaron o contaron algo. O simplemente porque satisfice mi necesidad, una que no todos tienen. Hay gente que no lee un libro en toda su vida y que no es infeliz por ello. Ya no los desprecio. Sólo digo que no es mi caso.